A propósito de Whisky y decadencia, existe una gran película uruguaya que se llama así mismito, Whisky (2002, Rebella y Soll). En este caso la palabra no se usa para referirse al alcohol sino a la perfecta táctica a la que invita a repetir en voz alta el fotógrafo a los fotografiados frente a una cámara justo antes del clic. “Diga Whisky”. Este recurso artificial, al que le siguen siempre las mejores sonrisas preparadas, es un buen ejemplo de la obligatoriedad de salir riendo en una foto, como si la risa fuera un acto espontáneo y no condicionado, frente a las cámaras, a lo perro pavloviano.
Lo genial de esta película radica en la sencilla oda a los pequeños detalles que tiene la vida rutinaria. Eso se expresa tanto en la historia como en la cámara fija que recorre toda la película y nos muestra un extracto de la aburrida vida de Don Jacobo, un judío fabricante de calcetines marca Köller y su ayudante histórica y brazo derecho Marta, una mujer sin otro mundo que el trabajo.
Día a día se suceden las mismas imágenes: se enciende la luz de la fábrica, un saludo automático y repetitivo, el teléfono que suena. El tiempo se adueña de cada minuto de la vida de los personajes hasta la llegada de Herman, el hermano de Jacobo, quien por un hecho fortuito regresa a Uruguay después de varios años. Su llegada da un respiro a la inamovible relación de Don Jacobo y Marta, y encubre a Marta de gentil esposa de Jacobo para enfrentar la envidia entre los hermanos. Pero hasta la mentira del vínculo entre Marta y Jacobo se disfraza de normalidad y rutina como si nada, marcando más que nunca la idea de vacío.
De pronto un viaje al balneario infantil de los hermanos, ahora en franca decadencia, cambia el rumbo de sus rutinas y los hace enfrentarse a sus miedos y ganas de cambiar. Marta se deja seducir por las atenciones y personalidad de Herman, lo que frustra a Jacobo y agranda la envidia. La tensión contenida en las escenas en que los tres “disfrutan” de estos días de descanso transforma la decadencia de esta historia en una profunda ironía.
Whisky es el fiel reflejo de un relato de vidas inmóviles como las de muchos, pero al mismo tiempo es una apuesta por los pequeños detalles que hacen cambiar el sentido de la vida y recobrar la dignidad. Mal que mal, nunca es tarde para empezar de nuevo.
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