domingo, 7 de octubre de 2007

Señales

Todo lo que ocurre es una señal, lo difícil es saber que es lo que nos está señalando. La tarde del pasado viernes, supongo que a propósito del aniversario del plebiscito de 1988, unos sujetos que protestaban frente a la UMCE (Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, ex Pedagógico) tuvieron la poco feliz idea de lanzarle bombas molotov a un bus del Transantiago. El bus no iba precisamente vacío, y una de las bombas rompió un vidrio y le dio a Daniela Fuentes, una chica de 14 años que viajaba con su madre y sus hermanos menores. Daniela tuvo suerte, y luego de ser examinada sólo le diagnosticaron quemaduras superficiales en la cara.

Independiente de si los sujetos, que según carabineros salieron y luego volvieron a esconderse al interior de la UMCE, son estudiantes o infiltrados o lumpen o como quieran referirse a ellos, creo que lo más importante es la línea que se está moviendo ante nuestros ojos. El año pasado, si mal no recuerdan, alguien arrojó una molotov contra La Moneda. Este año, sobre un bus lleno de gente.

También el año pasado, íbamos en automóvil hacia nuestra casa y en el camino pasamos a unas pocas cuadras del Estadio Nacional. Había algún partido de fútbol, y nos encontramos con decenas de hinchas que eran perseguidos o perseguían a una patrulla de carabineros. La patrulla pasó cerca de nosotros y en un par de segundos estábamos en el medio de una lluvia de piedras y otros elementos contundentes. Le pedimos a nuestra hija de ocho años que se protegiera en el suelo, y logramos escapar sin daños devolviéndonos en contra del sentido del tránsito. Probablemente para los que arrojaban las piedras, nosotros éramos simplemente parte del paisaje. Esa noche la prensa ni siquiera mencionó que el partido hubiera terminado con incidentes. La línea se ha movido tanto, que algo así ya no califica.

Estamos tan acostumbrados a que nuestros conflictos sociales tengan bandos y enemigos identificables, sean o no tangibles (Pinochet, los marxistas, la izquierda, la derecha, el gobierno, la oposición, los pobres, los ricos, etc) que ya no somos capaces de percibir el cambio que está ocurriendo ante nuestros ojos. El país aparece como una especie de símbolo en varios indicadores de éxito -económico, especialmente, pero también político y social- y probablemente muchos de sus ciudadanos vivan en ese país. Pero hay también hay mucha gente que vive en otro país, en uno en el que en realidad no hay país, no hay ciudadanos, y hay pocas o ninguna cosa de valor en la comunidad. Un ciclista tiene una discusión en la calle con el hijo de un pastor evangélico, y este último va a buscar un bate y le da varios golpes hasta que el ciclista muere. Un tipo es descubierto robándole la cartera a una señora, y una turba de transeúntes hacen justicia dándole de golpes. En otro ámbito de la noticia, una adolescente queda embarazada, y junto a su pololo adolescentes ponen un aviso para vender a su futuro hijo para que no se les cortaran las alas, y de paso comprarse un automóvil y otros bienes que nunca están de más.

No sé que verán los demás, pero al menos en las grandes ciudades yo veo punk. Punk a lo Londres de fines de los setenta, no hay futuro y por lo tanto todo importa nada, pero brotando por todos lados como hongos un país que empieza a perder los puntos de referencia. Punk y entropía, entropunk si les gustan los neologismos.

Cosas por el estilo notan algunos estudiosos profesionales de la sociedad, pero también hijos de vecino, personas de a pié y algunos adolescentes pensantes. Oficialmente, está todo bien y sólo tenemos algunos focos de antisociales que poco empañan nuestro viaje viento en popa hacia un futuro promisorio. Ojalá tengan razón y yo sólo sea un amargado, que no sabe más que fijarse en las manchas del mantelito blanco de la humilde mesa, pero hasta que no empiece a tomar antidepresivos lo que veo son señales de un país que hace agua por varios lados, mientras nuestras autoridades, presentes y futuras, usan los agujeros como material de campaña.

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