lunes, 3 de septiembre de 2007

El costillar es mío

Rodolfo Romero, de 22 años y administrador de una tienda de videojuegos en la Zofri, logró desbloquear el IPhone para que pueda ser usado con los proveedores locales de telefonía celular. Una página completa en Las Ultimas Noticias para quien, según dice la misma noticia, se limitó a seguir las instrucciones publicadas hace un par de días por George Hortz, un estadounidense de 17 años que según él mismo invirtió unas 500 horas en desarrollar la técnica.

Pero este caso de éxito tercermundista no es lo que me llama la atención en la noticia, si no la siguiente parte de la entrevista:

- ¿Es legal todo esto?
- Bueno, cuando una persona compra un aparato es dueño de hacer lo que quiera con él, asumiendo su responsabilidad. Creo yo.

Lo interesante es que, para bien o para mal, Rodolfo se equivoca. Desde que los productos basados en bytes se volvieron parte de la canasta familiar, la discusión va por otro lado. Dado que en este terreno es una quimera desarrollar productos incopiables e inhackeables, el desafío ha pasado al terreno legal y casi filosófico. Como ha quedado demostrado con los meses y años que se demoraron en hacer inviolables los DVD y el IPhone, por dar dos ejemplos, versus los días y semanas que se demoraron los adolescentes en violarlos, por ese lado la batalla está perdida. Entonces, lo que los genios con mentalidad brick & mortar están intentando es re-definir el concepto de propiedad privada.

A diferencia de lo que cree Rodolfo, hoy hay muchas cosas por las que pagamos y que no por eso pasan a ser nuestras. Las famosas EULA (End user license agreement, o Licencia de uso) de este tipo ya no son exclusividad de los paquetes de software, y muchos de estos gadgets como el IPhone vienen acompañados de licencias informando al propietario que, en terminos simples, no ha comprado lo que cree que compró -el producto- si no sólo unos derechos de uso tan amplios o limitados como el distribuidor del producto estime conveniente. La famosa letra chica. Esto, que parece tan abstracto, se está volviendo imperceptiblemente concreto. Uno de los derechos que suelen no tener los compradores es el de practicar la ingeniería reversa, es decir explorar el interior del producto hasta llegar a descubrir como fue programado.

Las licencias de uso, como todo instrumento en manos humanas, pueden terminar siendo tragicómicas. El Small Print Project (Proyecto Letra Chica) es una buena fuente de este kafkiano sentido de humor. Ahora, cuando productores, distribuidores y gobernantes se ponen de acuerdo, el asunto puede volverse aterradoramente divertido. Por ejemplo en Japón, donde hace un tiempo discutían la aprobación de una ley que prohibiría la compra y venta de productos tecnológicos de una cierta antiguedad. Digamos que si quisieras vender tu consola Super Nintendo estarías cometiendo un delito, básicamente porque a los señores que toman las decisiones les pareció una buena forma de obligarte a comprar los nuevos productos que fabrican, y por los cuales obtienen ganancias que no obtendrían si prefieres comprarte un producto obsoleto.

Y así van las cosas. Por eso, y aunque no soy un militante, me parece una buena idea apoyar al movimiento open source (código abierto). Nada es perfecto, pero el oligopolio de los dueños del capital me parece lejos una peor idea. Por ejemplo OpenMoko, un aparato muy similar al IPhone pero desarrollado y distribuído en una plataforma open source.

Como lectura complementaria, sugiero leer "If Software Companies Ran the Country" ("Si las compañías de software llevaran el país"), un interesante artículo de Jay Kinney que encontré gracias a Boing Boing.

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