domingo, 2 de septiembre de 2007

Curtura

Hoy entramos a un vagón de metro, vacío porque era la primera estación, y mi hija se sentó en un lugar disponible al lado de un ñato. Frente a ellos había una señora con una niña de más o menos la misma edad, que me pareció venían con el ñato. Unos segundos después entró al vagón una mujer embarazada, y el ñato miró a mi hija con esa reconocible expresión de ¿qué esperas para cederle el asiento?. Cómo ella no reaccionó, ni tampoco nosotros que estábamos de pie a su lado, se lo dijo con todas sus letras pero en este lapso la señora vió un asiento desocupado y se sentó.

Le comenté a Calavera, y no niego que lo hice para que también lo escuchara el ñato, que si quería que una niña le cediera el asiento a la señora por qué no se lo pedía a la que venía con él, o le cedía el asiento él mismo. Como no siempre ocurre -acá no acostumbramos a decir las cosas directamente, y yo fui la prueba viviente- el ñato me dijo que era un asunto de cultura, y me preguntó cuanto había pagado ella por usar el metro para luego decirme que era una cuestión de costo. Le repetí lo que le había comentado a Carla, y la señora del frente me aclaró que la chica venía con ella. Le dije al ñato que entonces era una confusión de mi parte -aunque en rigor no lo era porque cuando el ñato se bajó se despidió de ambas con un beso- y con un poco de rabia también le dije que no usara palabras que seguramente no sabía lo que significaban. En ese momento, y con mucha sensatez, Calavera me sugirió no seguir porque era probable que terminara ganándome un combo en el hocico. El ñato era más grande y pesado que yo, y ciertamente no tenía cara de ser un pacifista empedernido.

Fue así como tuve que decirle a Calavera lo que en realidad quería decirle al ñato, y que es esto: en mi universo los niños tienen tanto derecho a sentarse como los adultos, incluso si las tarifas del metro no los obligan a pagar el pasaje, y los adultos tienen tanta obligación como los niños de cederle el asiento a una persona que lo necesita más. Pero en el otro universo existe la famosa cultura, que consiste en una serie de comportamientos condicionados y que muchas veces no son más que discriminaciones, positivas o negativas, disfrazadas de buenas costumbres. Por ejemplo, cederle el asiento a una persona porque es mayor o mujer o embarazada, sin que importe si la sentado está infinitamente cansado y la otra puede ir perfectamente de pie. Prefiero vivir en un mundo donde los que necesitan menos el asiento se lo ceden a los que lo necesitan más, independiente de cuál es niño, cuál adulto, cual viejo, cuál joven o cuál está embarazada. Supongo que se debe a que soy un inculto.

Nota: La imagen que acompaña este post la saqué de aquí

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