miércoles, 26 de septiembre de 2007

Barra querida

Hace unos 10 años atrás, tal vez menos, estaba en el cumpleaños de CS cuando llegó una invitada que reconocí de inmediato. Su nombre era Andrea, y habíamos sido compañeros de colegio durante un año. De eso ya habían pasado unos 12 años y, dado que en todo ese tiempo apenas habíamos intercambiado un par de saludos, no sabía nada de ella más que su nombre. Al irme, entré a buscar mi chaqueta en una habitación y me la encontré mirando por la ventana. Andrea, le dije, y ella de vuelta me miró perpleja. Si, ¿nos conocemos?, me contestó. Yo le conté esta historia, y ella se disculpó con cara de culpabilidad por no recordarme ni aún después de escucharla. Le expliqué que no había problema, que simplemente tenía buena memoria y recordaba su nombre, que no habíamos sido amigos ni nada que mereciera un recuerdo.

Este año, o tal vez el anterior -mi memoria ya dejó de ser buena, me encontré en la Biblioteca de Santiago con J, una chica amiga de una amiga en la Universidad, y con quien estudié en varias ocasiones. Una chica muy simpática, con quien si intercambié más palabras que un hola, pero cuyo recuerdo había borrado por completo. L, me dijo. Y luego, ante mi cara de perplejidad, ¿te acuerdas de mi?. Yo tuve que confesar que reconocía su cara, pero que no era capaz de asociarla a un nombre, ni menos a un tiempo o lugar. J me contó la historia, e inmediatamente el recuerdo salió del empolvado lugar donde estaba guardado. Menos mal, porque en realidad es una chica agradable y me hubiese odiado a mi mismo por haberla borrado, en circunstancias que tengo tan vivos los recuerdos de varias personas indeseables.

Este año se cumplen 20 desde que salí del colegio, pero dado que no soy especialmente fanático del sistema decimal la fecha no tiene mucha importancia para mi. Para otros si, como he podido comprobar desde hace un par de semanas. Primero, una avalancha de mails invitándome, como mero integrante de una larga lista, a una celebración campestre en Diciembre. Supongo que mi correo lo habrán conseguido a través de SB, considerando que es uno de los dos compañeros de colegio al que sigo considerando mi amigo, y el único con el que sigo teniendo contacto. Más o menos, pero eso es culpa mía y no de las circunstancias de la vida o de algún otro eufemismo estúpido.

Y segundo, anoche suena el teléfono y una voz dice Hola, soy TR, ¿te acordai de mi?. Claro que me acuerdo, habré tenido tanta relación con ella como con Andrea, con la salvedad que su cumpleaños de 1983 fue mi primer evento social en mi, en ese entonces, nuevo colegio. Una diferencia que la sitúa en una categoría completamente distinta de recuerdos. Ya han pasado 20 años desde que salimos del colegio, me comenta, así que antes de la reunión de Diciembre vamos a juntarnos los del X. Esto es, mis compañeros hasta 1985, antes de que tuviéramos que optar entre el curso matemático, biológico y humanista. Espera, te voy a pasar con la MR para que te de los datos, me dice. MR cae en la categoría Andrea, con el agravante de que salvo su nombre no recuerdo nada de ella, ni siquiera su rostro, e incluso hubiera jurado que era de otro curso. Estoy casi seguro de que la amnesia es mutua. Hola, me dice, ¿cómo hai estado?, y yo no puedo evitar pensar en que tal vez esta es la conversación más larga que hemos tenido en la vida, y me la imagino a ella y a TR leyendo la lista del curso y llamando uno por uno a sus ex compañeros como si fueran viejos amigos.

No lo digo con mala intención, como si fueran unas farsantes ni nada por el estilo. Se escuchaban de muy buena gana y con sincera alegría, y me parece genial organizar reuniones y pasarlo bien. Pero escribo todo esto porque sigo sintiendo que vivo en una frecuencia diferente, en la que el fenómeno del compañerismo no tiene más valor que como dato estadístico. Si, efectivamente estuvimos en la misma sala, hablamos un par de veces en los recreos, tal vez incluso nos hayamos encontrado en algún cumpleaños, pero no comparto el sentimiento de que eso amerita una celebración con bombos y platillos. Probablemente me gustaría juntarme con mis amigos de ese entonces, los compañeros con los cuales si tuve una relación más allá del hola, pero no para saber que ha sido de sus vidas, si se casaron, si se separaron, si tienen hijos, que estudiaron, en que trabajan, y otro montón de datos cliché equivalentes a conversar del clima en un ascensor. Me gustaría hacerlo para saber si todavía queda algo de ese vínculo que teníamos, y que al menos para mi era algo importante. Respecto a los demás, si todo lo que tenemos para hablar son datos sociodemográficos, tal vez sea más interesante que nos juntemos a compartir un trago con el encuestador del próximo censo.

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