lunes, 20 de agosto de 2007

Los bordes de lo cotidiano

Hace diez años iba en una micro, y de pronto a alguien le sonó su celular. Para los habitantes del presente, incluyendo a los que habitaron en ese pasado, la situación es tan cotidiana que pasa desapercibida. Diez años atrás, la reacción fue un grupo de miradas incómodas, seguido de comentarios al oído y gestos de reprobación cuando, santo cielo, la persona contestó la llamada. Hablar por teléfono en una micro no sólo era poco frecuente, cómo lo era tener un teléfono celular: era algo que oscilaba entre lo grosero y lo ridículo. Hace sólo diez años atrás, hablar por teléfono era un acto íntimo. El borde de lo cotidiano era hablar desde un teléfono público, pero en ese caso se tomaban todas las precauciones para evitar que los transeuntes escucharan la conversación.

Hace cinco años atrás, aún era extraño encontrarse con personas que parecían estar hablando solas, con esos accesorios manos libres que recién empezaban a masificarse. Hoy, a nadie le llama la atención encontrarse en las micros, en el metro, o en cualquier espacio público, a la más variada gama de personas con aquellos accesorios manos libres conocidos popularmente como bluetooth. Bueno, a casi nadie. A mi no dejan de parecerme raros, como si fueran adultos con un juguete de niño o estuvieran disfrazados de Robocop. Vaya a saber por qué algunos de nuestros cotidianos personales mutan de manera imperceptible, en cambio otros sólo se adaptan con cierta distancia al cotidiano general. En mi cabeza, Robocop sigue siendo el mismo personaje ridículo que vi en una película idem hace veinte años, y no puedo evitar hacer la asociación cada vez que veo a alguien con uno de esos famosos bluetooth. Tal como nunca he podido decir más menos en vez de más o menos.

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